Una generación de cuentistas puso a la mujer en el mapa de la literatura ecuatoriana. Fotos: Archivo.
La vigencia de una generación de escritoras que le otorgaron un sitial a la mujer en la historia de la literatura ecuatoriana parece estar ratificada en un libro como ‘Trata de viejas’, de Sonia Manzano (Guayaquil, 1947). El volumen de diez relatos, presentado durante la última semana de febrero, reconcilia historias en torno a las circunstancias de la vejez con un humor negro que se asienta en lo popular.
A su modo, el título evoca también los tonos y nuevos registros que a nivel nacional las mujeres le imprimieron a un género como el cuento.
El crítico estadounidense Michael Handelsman, catedrático de la Universidad de Tennessee (EE.UU.), toma como una primera referencia de la eclosión de la literatura femenina en el país a la ‘Antología de narradoras ecuatorianas’ (Libresa, 1997). La mayoría de las veintiocho autoras recogidas en el libro, editado por el escritor guayaquileño Miguel Donoso Pareja, comenzó a publicar desde 1980.
En el ensayo Las mujeres también cuentan en el Ecuador, Handelsman muestra cómo el propio Donoso había reclamado en 1983 la ausencia rotunda de la mujer en la historia de la literatura nacional. Casi una década después es el mismo escritor guayaquileño el que termina ponderando lo que significan las mujeres en el desarrollo del cuento en Ecuador.
“Para aprehender cabalmente la rica historia del cuento ecuatoriano, hace falta leer y analizar el aporte de las mujeres como copartícipes dentro de la producción cuentística nacional, lo cual pone de relieve la centralidad de las narradoras”, escribe el investigador estadounidense.
Entre las escritoras de la época que se repiten en sucesivas antologías de cuento –una editada por la crítica Cecilia Ansaldo; otra por la Universidad de Puerto Rico- están la misma Manzano, Gilda Holst (Guayaquil, 1952) y Liliana Miraglia (Guayaquil, 1952).
El grupo lo complementan Jennie Carrasco Molina (Ambato, 1955), Aminta Buenaño (Santa Lucía, 1958), Elsy Santillán Flor (Quito, 1957) y María Eugenia Paz y Miño (Quito, 1959), además de autoras nacidas a inicios de la década siguiente: Marcela Vintimilla (Zaruma, 1961) y Lucrecia Maldonado (Quito, 1962).
¿Qué tenían en común? El desparpajo, una visión franca del mundo –responde Manzano–, un deseo de llamar a las cosas por su nombre, un manejo del lenguaje sin rebuscamientos, utilizado más que para deslumbrar, para destapar lo oculto de este mundo.
“Surgió la voluntad de hablar sin pudor sobre lo que sentíamos y pensábamos; la necesidad de hacer escuchar nuestra voz”, dice Aminta Buenaño. Ella apunta que siguieron el camino recorrido por Alicia Yánez (1928) y Eugenia Viteri (1930), una generación mayor, también entre las que constan en las tres antologías referidas.
Un papel decisivo en el desarrollo de la literatura de la mujer fue el que jugaron los talleres literarios, en especial los comandados en Guayaquil por Donoso Pareja.
Buenaño y Manzano coinciden en que la realidad política de la época abonó también a la eclosión de esa generación. En el plano nacional, Ecuador había regresado a la democracia y a eso se unió el impulso que representó el buen momento por el que atravesó la narrativa de mujeres en latinoamericana.
“Los 80 fueron unos años muy locos, muy movidos en que estaban pasando cosas muy dispares en el mundo y todas estábamos muy comprometidas”, comenta Buenaño. Ella lleva un tiempo sin publicar, desde la aparición de su novela ‘Si tú mueres primero’ (2011). “Escribir es un ejercicio de soledad y de reflexión, no es de ninguna manera una maratón. Sigo escribiendo, tachando y enmendando”, justifica.
Pero en el grupo que emergió entre los años 80 e inicios de los 90 existen escritoras que llevan hasta diez años sin hacer publicaciones.
En sus inicios, “algo así como una década”, hubo un sentido de pertenencia hacia una generación hasta que cada autora se “disparó a lo suyo”, lo que según Sonia Manzano afectó la consolidación como un grupo literario propiamente dicho.
“Creo que es una generación que, aparte de lo muy bueno que ofreció, pudo haber entregado mucho más, está en deuda con la literatura nacional”.