Discursos grandilocuentes, declaraciones de principios, buenos propósitos en la vía de la regionalización.
La Cumbre de la Unasur desnudó una vez más la impotencia o la ceguera oficialista ante ciertas realidades políticas que los hombres de Estado adquieren con el ejercicio sostenido del poder.
En esta misma América del Sur que inauguró una opulenta casa de USD 43 millones, un grupo de políticos opositores a uno de los regímenes representados por su corpulento líder en la Cumbre sufre una prolongada prisión.
Leopoldo López se ha convertido en símbolo de la luchas por la libertad en esa Venezuela tensa, llena de crímenes y asesinatos, con carencia de abasto de alimentos, en cuya laguna petrolera no flotan dólares suficientes para sacarla de la crisis.
El 18 de febrero, Leopoldo López, miembro de la Mesa de Unidad Democrática, se entregó a una justicia que, sabía, no le sería favorable. Eso ocurrió en medio de las fuertes protestas populares.
El viernes Nicolás Maduro lucía una bufanda roja y sus colegas lo saludaban con particular afecto.
Es el poder frente a la debilidad de los opositores lo que llama la atención, como si algún líder en el ocaso de su carrera o, inclusive en funciones, nunca hubiera tenido que pasar la cárcel por el delito de pensar distinto. La Unasur discute y propone temas de altura y trascendencia pero no mira los cadáveres que esconde en sus propios armarios.
Lilian Tintori, esposa de López, va por el mundo pidiendo su libertad. Dijo al diario Excélsior de México: ‘Este es el momento para que todos los líderes que creen en la libertad y la democracia se pronuncien contundentemente. Me encantaría escuchar la solidaridad y (una) petición formal de libertad a nuestros presos políticos y del respeto a sus derechos humanos’.
Una frase que cayó en el vacío de la conciencia de los líderes continentales preocupados en discursos, declaraciones y fastos sin pensar en la libertad de las personas.