El circo, con sus acrobacias, malabares y contorsiones, se convierte en una vía de escape para jóvenes colombianos que buscan darle un giro a su vida. Esta oportunidad la hallan en el Centro Juan Bosco Obrero de Bogotá con capacitación en actividades como cocina, contabilidad o artes circenses.
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A las faldas de las montañas de Ciudad Bolívar, la localidad más pobre y poblada del sur de Bogotá, se aferra con fuerza una gran carpa de circo en donde todos los días se escuchan risas, música y el rechinar de muelles de camas elásticas, signos de un trabajo callado que busca cambios en una población necesitada.
Allí, tras un disfraz de payaso está Duvan Rojas Ojedo, un joven que se crió en el barrio de Los Tres Reyes, en donde hay “una gran problemática de consumo de sustancias sicoactivas y muchos robos”.
Con vergüenza, el joven admite que fue ladrón y estuvo en centros de reclusión para menores de edad y más tarde las malas decisiones lo llevaron a la cárcel La Modelo, donde estuvo más de 20 meses.
“Me voy a hacer otra vida”, dijo cuando salió de la cárcel y antes de empezar a hacer malabares con limones y naranjas. Un día, su primo le dijo que se fuera con él para un semáforo en el norte de la ciudad y accedió.
Rojas recuerda que en su primera jornada ganó más de 50 000 pesos (casi USD 13), pero durante la pandemia por el coronavirus se lesionó y un compañero le recomendó pintarse la cara de payaso para hacer reír a la gente y lo motivó a apuntarse a la “carpa de Don Bosco”, que tenía una convocatoria abierta.
Educación accesible
El Centro Juan Bosco Obrero acoge diariamente a más de 600 jóvenes que viven en las colinas de la zona, donde residen cerca de 700 000 personas, muchas de ellas desplazadas por el conflicto armado o que son migrantes de Venezuela o Ecuador.
Es por ello que el rector del centro, el padre Luis Fernando Velandia, explica que la educación que ofrece “es muy accesible, entre ocho y 10 euros al mes” para las titulaciones, que tienen una duración de 10 meses.