El Laberinto
Según la Real Academia Española, es un “lugar formado artificiosamente por calles y encrucijadas, para confundir a quien se adentre en él, de modo que no pueda acertar con la salida”. La institucionalidad ecuatoriana, en gran medida creada en la década pasada, es un laberinto. La justicia, el SERCOP (compras públicas) y los ministerios son ejemplos de tal maraña.
En la justicia, “ingeniaron” enredados procedimientos, demandas, contrademandas y mil artimañas, entre ellas tortuosas acciones de protección y habeas corpus, muchos en lugares remotos, con complacencia de autoridades. Si, en teoría, la doctrina garantiza derechos universales, en la práctica su aplicación está reservada a quienes disponen de defensas especializadas en triquiñuelas, en contubernio con compinches judiciales.
El SERCOP, supuestamente ideado para ofrecer igualdad de oportunidades, consagra discrecionalidades en regímenes especiales de apetitosos montos, amén de recovecos proclives a información privilegiada. Su uso estandarizado con plazos uniformes impacta sobre necesidades urgentes; como servicios de salud, obligados a comprar hasta un alfiler mediante engorrosos procesos, en el marco de una ineficiente planificación basada en consumos históricos.
Espesos ministerios, atiborrados de viceministerios, subsecretarias, coordinaciones y direcciones, opulentos en normativas, instructivos y matrices, centralizan decisiones verticales, castrando la acción local, entrampada en absurdas estructuras territoriales (coordinaciones zonales y distritos), ajenas a la dinámica natural de parroquias, cantones y provincias.
Salir del laberinto exige destapar las perversas intenciones de sus creadores, de forjar instituciones a su medida. Pero sobre todo cambiarlas para que mejoren la vida de la gente. Para ello es imprescindible sacudir la rígida inercia de un accionar rutinario, sin brújula. La razón de ser del Estado es servir a los ciudadanos, de modo que encuentren efectivas respuestas a sus demandas cotidianas.
Fernando Sacoto A.