El 8 de abril se convirtió en la fecha para recordar a los periodistas que han sido asesinados por hacer su trabajo. Se trata, según Fundamedios, de al menos 14 casos, todos dolorosos, traumáticos y muy difíciles para sus familiares y amigos.
Estas muertes, a más de injustas e innecesarias, se suman a los cientos –muy seguramente miles- de casos en cualquier ámbito, en donde la impunidad y el silencio son la tónica. O donde la complicidad entre las autoridades causa impotencia e indignación.
El esfuerzo de las familias para que los casos no queden en el olvido debe ser aplaudido. Ellos, a más de tener que lidiar con su dolor, han mostrado que el amor por sus seres queridos es un motor para seguir en su lucha. En el caso de los periodistas de El Comercio, es decir de Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra, sus parientes ganaron la semana pasada una batalla, al lograr que la Corte Constitucional ordene la desclasificación y entrega de tres actas del Consejo de Seguridad del Estado que pudieran ayudar a entender cómo fue el manejo de la crisis hace seis años, cuando fueron secuestrados y posteriormente ejecutados por el Frente Oliver Sinisterra, organización cuyo origen está en las FARC y que se dedica al narcotráfico.
Sin embargo, y a la luz del tiempo transcurrido, reflexionemos un poco desde la propia responsabilidad de los periodistas, que investigan la criminalidad, en su propio cuidado. Sí, lo sé, muchos afirmarán no tener formación para afrontar este tema, pero hay preguntarse y preguntarles si en realidad han tomado consciencia de los riesgos que afrontan. Si han buscado recomendaciones y guías, que las hay, para procurar su propia seguridad. También hay que plantearles si han visto o participado en charlas sobre su propio bienestar. Si se han interesado en realmente evaluar su propio nivel de riesgo, que parte desde el hecho de dónde vive y que hay a su alrededor.
Miremos un par de casos recientes que muestran que no hemos entendido lo que está ocurriendo y que se refleja en la falta de autocuidado: hace algunas semanas, la Fiscalía General publicó uno de los chats de Leandro Norero, conocido en el mundo criminal como el Patrón, en donde se lee los planes para asesinar a dos periodistas. De hecho, hay la confesión del error que se comete con uno de ellos (se mató a quien no se debía) y como se pretendía aparentar un asalto para terminar con la vida de otra.
¿Cuáles pudieron ser los errores de cobertura? Básicamente dos (que no son mi invención, sino de lo aprendido en los cursos de cobertura del crimen organizado): los periodistas no deben publicar estructuras empresariales de la criminalidad ni los integrantes de las organizaciones, hasta que estas sean reveladas por las autoridades de justicia o de investigación o alguna institución que tenga la fuerza para afrontar una posible represalia. Algunos pensarán que eso no es posible, que se trata de contar lo que ocurre. Sin embargo, se trata de tener una propia estrategia de cómo se lo cuenta, cuándo se lo dice, a través de qué espacio, porque no se puede perder de vista que ninguna historia puede valer la vida de un periodista. Somos más útiles, vivos y en ese oscuro mundo de la cobertura de este tipo de información, hay que tener siempre claro que es una guerra, donde nadie tendrá piedad.