Sergio Ramírez en sus ‘Mil y una muertes’ entrelaza extraordinariamente la vida del fotógrafo Francisco Castellón, nieto del Reino (bufo) de los Moscos en la costa pacífica nicaragüense, con los grandes de la Europa y la América modernistas: Chopin, el Archiduque Luis Salvador, Rubén Darío, Santiago Rusiñol y tantos otros. A fines del XIX y principios del XX los ha fotografiado a todos.
El centro de encuentro: Palma de Mallorca, la llamada Isla de Oro. En este mismo escenario, desde hace ya años, me cautiva un personaje, la escritora George Sand (Aurore Dupin) vestida de hombre, liberal y republicana francesa, quien en 1838 en compañía de sus dos hijos y el más amado de sus amantes, Chopin, busca restablecer la salud de este. Sus notas dan a luz ‘Un invierno en Mallorca’, feraz crítica a los isleños. El espíritu conservador de los mallorquines exacerba el ánimo de la audaz escritora.
En medio de estas lecturas cae en mis manos un libro que revela en buena parte el mismo acendrado conservadurismo católico de la mayoría de mujeres ecuatorianas de la época: ‘Cartas públicas de mujeres ecuatorianas. Antología’, recopiladas y anotadas por Ana María Goetschel (Flacso/Municipalidad de Quito, 2014). La obra cubre un rango de tiempo de unos 90 años, hasta 1960. Recupera el difícil tránsito del conservadurismo al liberalismo, el doloroso proceso de secularización de la sociedad ecuatoriana en general, hasta la profesionalización y conquista de la escena pública por parte de las mujeres. Este tránsito se expresa a través de una rigurosa selección de cartas públicas firmadas privada o mancomunadamente por mujeres de diferentes ciudades, en su mayoría provenientes de la élite.
Desde el acostumbrado espacio doméstico de las mujeres, algunas se disculpan por su incursión en la esfera pública al tratarse de asuntos que -creen ellas- llevará a la Patria al cadalso: la Ley del Matrimonio Civil y del divorcio emitida en la temprana fecha de 1902 o la Ley de Cultos que se discute en 1904 y que quita el poder omnímodo de las órdenes religiosas. Goetschel, sin embargo, contrabalancea con cuidado su selección al elegir cartas de mujeres que luchan por lo contrario, por la liberación de su género para participar como contrapeso a la injusticia contra los indígenas (la cuencana Dolores Veintimilla de Galindo), contra el sexismo, de la novelista ambateña Blanca Martínez de Tinajero por una obra vetada por el Concejo Municipal “por impúdica” (1930), o la necesidad de aclarar conceptos sobre el arte abstracto en conflicto con el reinante indigenismo, en manos de poderosos hombres de la cultura ecuatoriana (la guayaquileña Araceli Gilbert, 1959).
La variedad de temas y momentos que se abordan hacen de esta obra una contribución irrefutable a la historia de las mujeres en América Latina.