La proposición de Linton da significado a la naturaleza de los seres humanos, que desde tiempos inmemoriales han luchado por la supervivencia, el territorio y la sexualidad. A la violencia debe oponerse la escuela de la tolerancia, aceptar las diferencias y construir una paz positiva.
Uno de los problemas recurrentes en la humanidad es la intolerancia. Si los pueblos fueran más tolerantes, es decir, que pasen por alto las diferencias de edad, sexo, religión, cultura, color, ideología, condición social o económica… el mundo sería viable.
Darwinismo social
Al revisar las noticias nacionales e internacionales vemos con preocupación: catástrofes, conflictos, guerras, destrucción, violencia y signos de intolerancia en todos los puntos cardinales del planeta. No hay lugar donde se ejerza y practique la paz como principio y estrategia de convivencia, y donde los derechos se equilibren con los deberes de los Estados y los ciudadanos.
Las normas dejaron de ser referentes para los pueblos, porque, salvo excepciones, prevalece la ley del más fuerte –conocido como Darwinismo social- en todos los escenarios de la vida: las familias, las ciudades, los ambientes laborales, la política y la economía.
¿Qué está pasando? Thomas Hobbes habló del ‘hombre como lobo del hombre’, que estigmatizó un modelo de ver la historia de la vida humana signada por la violencia, la guerra y la intolerancia. Y no es, ciertamente, una visión pesimista del mundo, sino un reflejo de la realidad que sucede, y que comunican los periódicos, la televisión, la radio, la Internet y las redes sociales.
Basta sentir y comprobar el grado de violencia intrafamiliar que padecen nuestros hogares, la agresión continua que vivimos en las calles –una auténtica ‘fauna urbana’-, que se suma a la incertidumbre e inseguridad prevaleciente en los espacios social, político y económico.
¿Las causas?
Los especialistas ubican las causas de estos fenómenos en la condición humana, proclive a la confrontación y a los diversos tipos de violencia, solamente morigerados por la cultura, la razón y los acuerdos implícitos que, de alguna manera, bajan la intensidad de las relaciones y acciones de las personas y los pueblos, de por sí, instintiva y primariamente, violentas.
Ralf Linton en su obra ‘El estudio del hombre’ decía que ‘no somos ángeles caídos sino antropoides erguidos’. Esta proposición da significado a la naturaleza de los seres humanos, que desde tiempos inmemoriales han luchado por la supervivencia, el territorio y la sexualidad. Las causas de este nivel de intolerancia son complejas, y no recaen sobre una cultura o región, sino que caracterizan a la sociedad humana en su conjunto.
Ideas inspiradoras
En el ámbito de la psicología social, el Dr. Luis Valdéz S.J., mexicano, plantea algunas ideas inspiradoras. La primera es transformar los conflictos en oportunidades de crecimiento.
Mucha gente piensa -expresa Valdéz- que una persona puede cambiar a otra, simplemente, porque lo ama. Esta es no solo una equivocación sino un mito que debe ser eliminado’. ‘No podemos cambiar a los demás, sin cambiarse a sí mismo’, enfatiza. El primer paso es conocerse a sí mismo (auto conocimiento), pero con sinceridad y autenticidad. Pero, ¿por qué existe tanta violencia, tanta agresividad en los hogares (violencia doméstica), en las calles (las agresiones), en la política (los desacuerdos estructurales), y en la economía (las desigualdades)?
Los conflictos, dice el Dr. Luis Valdéz, son normales en los grupos y todas las comunidades. Mas, algo interesante es que ‘los conflictos nos regalan aprendizajes’. La pregunta clave es: ¿cuál es mi responsabilidad en el conflicto?
Valdéz sostiene que ‘todos tenemos un ego, que nos identifica con lo que no somos’. Dicho, en otros términos: en ocasiones pregonamos ‘yo soy mis ideas’, y esta es una fuente de conflictos. ‘Ninguna crítica que le han hecho –por injusta que sea- no le puede quitar tu esencia. Sigue siendo el mismo: tan valioso como es, mientras el que ofende queda en desventaja. Use entonces la no violencia activa, la asertividad (ser positivo)’.
Manejo de las diferencias
Los conflictos nacen por la polaridad que ha impuesto la cotidianidad: luz, sombra; noche, día; alegría, tristeza; blanco y negro… Pero la vida es un arco iris, una diversidad. En ese sentido, el conflicto no es bueno ni malo; es la manifestación de las diferencias. Sin embargo, la educación tradicional nos ha hecho pensar y sentir que el conflicto es malo. El problema central es entonces el manejo de las diferencias. ¡Es que los diferentes son también buenos!
Según Valdéz, ‘la violencia surge por los problemas de relación’. La vida nos ha enseñado –y se halla fortalecida por un tipo de educación- que establece que lo ‘mayor’ es bueno y que lo ‘menor’ es malo por ser inferior. Lo ‘mayor’ corresponde al dominio, a la autoridad, al poder; lo ‘menor’ generalmente se refiere al sumiso, al dominado.
En el juego de relaciones el ‘menor’ quiere ser ‘mayor’ a toda costa, y la lucha desigual provoca conflictos y luego violencia. Y así se perpetúa el sistema. El cambio, el verdadero cambio consistiría en que el ‘menor’ conozca al ‘mayor’ y maneje bien las diferencias. Un punto de partida es ‘ser duro con los conflictos, suave con las personas’. Otra lección importante es que ‘no debo obedecer cuando no sea justo’.
No olvidemos que el ámbito institucional puede generar también reacciones violentas. El medio escolar es uno de ellos; también ciertos gobiernos.
Estrategias
Se sabe que cuando hay violencia, las dos partes pierden. Por lo tanto, la violencia no es un buen ‘negocio’. Roger Fisher plantea tres estrategias universalmente conocidas: ‘ganar-ganar’, lo óptimo, que equivale a la no violencia activa; ‘ganar-perder’, desventajoso para una de las partes; y ‘perder-perder’, que es destructivo y puede llegar a la violencia física. No obstante, existen dos estrategias específicas muy valederas: el trabajo ‘casa adentro’ –el interior de las personas- y la mediación de los conflictos.
En esencia, el auto conocimiento es clave para discernir un conflicto, más que con ideas con sentimientos, poniéndose en lugar de los otros (empatía). La evasión, la dominación, la sumisión, el compromiso y la colaboración existen, y deben ser clarificados. La violencia es un fenómeno cultural, cuyo origen no siempre es la genética sino lo aprendido. El fenotipo tiene más fuerza que el genotipo. La nueva educación puede ser un medio efectivo para romper el círculo vicioso de ‘mayor’ –‘menor’, que reproduce los desniveles.
La alteridad
Aceptar que somos diferentes -como se ha insinuado- es el primer paso para crear un ambiente de vida sana. No hay recetas, pero es necesario que la familia, la escuela y la comunidad –espacios naturales donde se forman los seres humanos- den señales de cambios visibles, a través de relaciones más afectivas, más nutritivas y menos dañinas.
La única alternativa válida es la nueva educación. Una educación diferente que permita el descubrimiento de la existencia del otro –la otredad-. El ‘yo’, por lo tanto, tiene un camino: el encuentro con el ‘otro’, que es la alteridad. Y este es un proceso.
También los líderes tienen responsabilidades compartidas. La tolerancia debe ser practicada y sostenida por valores. En ese sentido los medios de comunicación tienen mucho que decir y hacer. Porque la tolerancia es el sendero por donde transita la democracia.