La operación de la Central Hidroeléctrica Mazar, ubicada en los límites de Azuay y Cañar, empezó a finales del 2010.
En ese entonces, las autoridades y expertos resaltaron que su embalse de 410 millones de metros cúbicos, el más grande de Ecuador, alejaría el temor de los apagones. Claro está que todo evoluciona y cambia.
Años después se inauguraron otras centrales como Coca Codo y Sopladora, entre las más importantes. Las autoridades de ese entonces resaltaban la capacidad de exportación que tenía Ecuador.
14 años después del arranque de Mazar, cuyo objetivo principal es regular el caudal para la Central Paute, seguimos dependiendo de las lluvias en Cuenca.
¿Qué pasó? Muchas cosas.
Entre las más sencillas de explicar está la falta de mantenimiento en la infraestructura existente y el aplazamiento de la construcción o concesión de nuevos proyectos.
Por citar ejemplos, Cardenillo (aguas abajo de Sopladora), y Santiago (Morona Santiago) avanzaron hasta los estudios de factibilidad y licencias ambientales.
Para el primero se requieren cerca de 1 300 millones de dólares y para el segundo unos 3 000 millones.
En definitiva, la oferta de producción de energía no creció al mismo ritmo que la demanda de un Ecuador cada vez más interconectado y tecnológico.
Al igual que antes de la operación de Mazar, Coca Codo o Sopladora, los diagnósticos repiten lo mismo y seguimos dependiendo de las lluvias y, por ende, del caudal del río Paute. Muchos analistas tuvieron la oportunidad, cuando fueron autoridades, de cambiar la situación con obras y acciones.
El diagnóstico está detallado en el Plan Maestro de Electricidad 2018-2027. La ejecución es lo importante.