Circula en las redes sociales un documento de Viktor Frankl, autor de “El hombre en busca de sentido”, una de las obras más leídas del mundo. Frankl parte del relato de un niño y su profesora, reflexiona y propone ir a lo esencial para mejorar las escuelas que, hoy por hoy, son fábricas de monstruos educadísimos.
“Estoy —me escribe un muchacho, dice Viktor Frankl— hasta las narices de la educación del palo y del miedo. Para mí, la educación que carece de lo esencial no es educación, sino un sistema de esclavos. Si la educación no sirve para ayudarnos a ser libres y personas felices, que se vaya al diablo.”
“Con su aire de pataleta infantil —reafirma Frankl— este muchacho tiene muchísima razón. Y es evidente que algo no funciona en la educación que suele darse cuando tanta gente abomina de ella”.
Testimonio de maestra
Frankl continúa: “Hay en mi vida algo que difícilmente olvidaré. En 1948, siendo yo casi un chiquillo, tuve la fortuna-desgracia de visitar el campo de concentración de Dachau. Entonces apenas se hablaba de estos campos, que acababan de “descubrirse”, recién finalizada la guerra mundial. Ahora todos los hemos visto en mil películas de cine y televisión. Pero en aquellos tiempos un descubrimiento de aquella categoría podía destrozar los nervios de un muchacho. Estuve varios días sin poder dormir. Pero, más que todos aquellos horrores, me impresionaron algo que por aquellos días leí, escrito por una antigua residente del campo, maestra de escuela”.
“Comentaba que aquellas cámaras de gas habían sido construidas por ingenieros especialistas. Que las inyecciones letales las ponían médicos o enfermeros titulados. Que los niños recién nacidos eran asfixiados por asistentes sanitarias competentísimas. Que mujeres y niños habían sido fusilados por gentes con estudios, por doctores y licenciados. Y concluía la profesora: “Desde que me di cuenta de esto, sospecho de la educación que estamos impartiendo.”
Un título no garantiza la felicidad
“Efectivamente —añade Frankl—: los campos de concentración y otros que siguen produciéndose obligan a pensar que la educación no hace descender los grados de barbarie de la humanidad. Que pueden existir monstruos educadísimos. Que un título ni garantiza la felicidad del que lo posee ni la piedad de sus actos. Que no es absolutamente cierto que el aumento de nivel cultural garantice un mayor equilibrio social o un clima más pacífico en las comunidades. Que no es verdad que la barbarie sea hermana gemela de la incultura. Que la cultura sin bondad puede engendrar otro tipo monstruosidad más refinada, pero no por ello menos monstruosa, tal vez más”.
La escuela no debe olvidar lo esencial
El relato de Viktor Frankl, autor de “El hombre en busca de sentido”, conmueve y deja lecciones: que los docentes y los sistemas educativos no debemos insistir en tantas “materias”, sino insistir en un aprendizaje fundamental: el proyecto de vida y sus esperanzas.
Frankl subraya: “No tengo nada contra las matemáticas ni contra el griego. Pero, ¡qué maravilla si los profesores que trataron de metérmelos en la mollera, para que a estas alturas se me haya olvidado el noventa y nueve por ciento de lo que aprendí, me hubieran también hablado de sus vidas, de sus esperanzas, de lo que a ellos les había ido enseñando el tiempo y el dolor. ¡Qué milagro si mis maestros hubieran abierto ante el niño que yo era sus almas y no sólo sus libros!”
¿Pagar el precio?
“Me asombro hoy pensando que, salvo rarísimas excepciones, nunca supe nada de mis profesores. ¿Quiénes eran? ¿Cómo eran? ¿Cuáles eran sus ilusiones, sus fracasos, sus esperanzas? Jamás me abrieron sus almas. Aquello “hubiera sido pérdida de tiempo”. ¡Ellos tenían que explicarme los quebrados, que seguramente les parecían infinitamente más importantes! Y así es como resulta que los temas verdaderamente esenciales uno tiene que irlos aprendiendo afuera, como robadas”.
“Y yo ya sé que, al final, “cada uno tiene que pagar el precio de su propio amor”, y que los temas esenciales son imposibles de enseñar, porque han de aprenderse con las propias uñas, pero no hubiera sido malo que, al menos, no nos hubieran querido meter en la cabeza que lo esencial era lo que nos enseñaban”.
“De nada sirve tener un título de médico, de abogado, de cura o de ingeniero si uno sigue siendo egoísta, si luego te quiebras ante el primer dolor, si eres esclavo del qué dirán o de la obsesión por el prestigio, si crees que se puede caminar sobre el mundo pisando a los demás”.
“Al final siempre es lo mismo: el mundo ha crecido y sigue subdesarrollado en su rostro moral y ético. Y la clave puede estar en esa educación que olvida lo esencial…”, concluye el mensaje dramático de Viktor Frankl.
Discernir para un cambio real
Si bien los contextos son diferentes, la trama general se mantiene. Los profesores —salvo excepciones—, ubicados en la denominada “ciencia intelectual”, seguimos repitiendo una historia de errores y equivocaciones no intencionadas: atiborramos la mente de los estudiantes con fórmulas, actividades, datos e informaciones que sirven para pasar los años, pero no para vivir.
El currículo ministerial rígido y cerrado se remacha, y no hay forma de modificar esa modalidad, asida como está a una estructura oficial que gira alrededor del profesor y no de las necesidades del estudiante. Hemos olvidado lo esencial, dice el niño que abrió esta reveladora nota escrita por Viktor Frankl.
Si extrapolamos la experiencia de Frankl —el niño y la maestra de este relato— a la realidad del Ecuador, sería interesante preguntarnos si nuestra escuela es o no una fábrica de “monstruos educadísimos”, que pasan los años con facilidad, adquieren diplomas en el colegio y en la universidad, y más tarde, se convierten —unos pocos— en potenciales defraudadores del fisco, sicarios, violentos y corruptos.
¿Qué está pasando con la educación? ¿Salen formados o deformados nuestros estudiantes? ¿Estamos preparando profesionales brillantes, con títulos académicos para sociedades fracasadas, colmados de individualismo, egoísmo y codicia?
¡El cambio radical de la escuela y la formación de los profesores en la nueva universidad es inaplazable!